Politica
Rusia: de Lenin a Putin
JEAN RADVANYI Y DOMINIQUE VIDAL
(Le Monde Diplomatique - Madrid)
El título induce a pensar en una historia lineal (1917/2010). En todo caso es un quipu incaico con algunos nudos. El primero, la Revolución, que acabó con el imperio zarista. Hay otros pequeños en la cuerda: uno grueso, staliniano; otros diferentes, de posguerra; uno notorio (perestroika) y varios otros de indefinida factura. El libro tiene virtudes: un prólogo muy claro, notas aclaratorias y remisiones a las fuentes. Reúne en 233 páginas 21 artículos, la mayor parte de ellos ya publicados (entre 1967 y 2008) en Le Monde diplomatique, la prestigiosa revista izquierdista de Francia.
Los distintos artículos (tres inéditos) articulan forzadamente -por acción de los coordinadores Jean Radvanyi y Dominique Vidal- lo histórico, y se explayan en mirada crítica del experimento colosal (y dramático) de la saga Rusia-URSS-Rusia. Distintas visiones y algunos entusiasmos nos introducen en el hueso de ese espejo euroasiático hacia el que dirigen las miradas desde todos los confines. Algunos imitadores, otros aliados, el poderío soviético se hizo notar en la II Guerra Mundial (20 millones, sus muertos). Lenin inconcluso, Stalin (con doble mirada, hoy mismo), la gerontocracia y el advenimiento del carismático Gorbachov con su perestroika (reorganización) y glasnot (transparencia), inusitados vocablos en el régimen. Negoció el desarme con Reagan y con Bush dejando de ser "Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la URSS" para mutar a "Presidente de la Unión Soviética", a secas. Signo inequívoco del cambio profundo en el sistema partido-estado. Otro signo: afirmaba que su país era parte de "la casa común europea" (en su libro Perestroika) y la razón de esa pertenencia: los 1.000 años de cristianismo que tenía Rusia, a cumplirse en ese tiempo. Inusitada reflexión desde la URSS. Lo que no podrá entenderse cómo luego, con Yeltsin y Putin, la caída del régimen generó desde sus entrañas una clase poderosa, económicamente. El mayor enigma de este experimento social.
© LA GACETA
Carlos Duguech